

Llamo por teléfono a mi hermano, al hogar de ancianos donde se encuentra en la cuarentena obligatoria de todos los llamados “homes”. Apenas habla. Me repite que vivimos tiempos “apocalípticos”. Jamás pensé que oiría esa palabra en labios de mi hermano. Chiqui ha sido siempre gregario y tertuliero, sus lugares favoritos las barras para señores, con alguna que otra mano de brisca, también las panaderías españolas para cubanos. Tampoco es que esté deprimido. Advierto hasta cierto sarcasmo en su comentario. Reducido a una cuarentena doble, por viejo y por residente de un “hogar”, su único consuelo es recordar años recientes, los de una vejez todavía ilusionada con el inquieto fervor de la juventud. De todos modos, el apocalipsis jamás fue asunto que le quitara el sueño.
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