Naipaul se preguntaba cómo era que autores europeos, como Somerset Maugham, eran capaces de apropiarse, mediante un cosmopolitismo eurocéntrico, de nuestros “tristes trópicos”. Tal pareciera que nosotros, los escritores de estas latitudes, estamos abocados a cierto provincianismo sedentario, el reverso del cosmopolitismo viajero. ¿Por qué fue Graham Greene, y no Alejo Carpentier, quien escribió Our Man in Havana? Siempre nos ha faltado vernos como protagonistas de un mundo más ancho y que, por lo pronto, nos parece propio y a la vez ajeno. ¿Cómo reclamamos nuestro lugar en el mundo? Esta paradoja quizás sea la consecuencia más benigna del colonialismo.
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