

Mi abuelo paterno, Don Galo Rodríguez, fue fundador del Partido Estadista Republicano. Mi padre vivía orgulloso de ese dato familiar. Me lo mostró en el listado de delegados fundacionales, según la Historia de los partidos políticos en Puerto Rico de Bolívar Pagán. Don Galo era un humilde maestro de obras, mulato, también orgulloso de haber trabajado en la edificación de la Universidad Interamericana en San Germán, junto al Dr. Harris. Ese es mi lado pitiyanqui. Mi otro abuelo, el materno, Don José Juliá Marín, era unionista, del ala autonomista; su hermano, el novelista Ramón Juliá Marín, era anti yanqui y casi hispanófilo. En los Juliá Marín existía un solapado resentimiento: la familia se había desclasado con el cambio de moneda que tanto había empobrecido a los medianos hacendados después de la invasión. Cuando José Luis González me aseguraba que él sentía una especial debilidad por los estadistas mulatos—como lo era su padre—yo pensaba en mi abuelo Galo. Quizás esta conflictiva ascendencia sea la razón para que yo pretenda cierta ecuanimidad en lo tocante al destino de Puerto Rico.
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