

Cuando pasó el huracán María, la primera comunidad costera que visité fue Punta Santiago, en Humacao. Siempre los llevé en el corazón, pues gracias a los estudios del distinguido profesor doctor Aurelio Mercado, ya sabíamos que, ante la entrada de un huracán intenso desde el sureste, Punta Santiago sería una de las comunidades más afectadas por la marejada ciclónica.
De hecho, en una conversación previa al paso del huracán con el periodista Rubén Sánchez en WKAQ 580 AM, hablamos específicamente de la vulnerabilidad de esa comunidad y de la importancia del desalojo. Durante el paso de María, no pude apartar un pensamiento de mi mente: ¿cómo estarían los residentes de Punta Santiago ante la inevitable entrada del mar?
Fue doloroso escuchar a una madre y sus dos hijos contarme cómo pensaron que se iban a ahogar: “El mar entraba rápido, era alto, el agua salía por el inodoro y no teníamos cómo escapar”.
Estas experiencias marcan, traumatizan y transforman vidas. Eventualmente, esa hermosa familia, con quienes aún mantengo comunicación, decidió emigrar de Puerto Rico en busca de una mejor calidad de vida.
La respuesta gubernamental fue lenta. Las ayudas para los residentes y pescadores en esa zona tardaron demasiado en llegar. Siempre destacaré la labor incansable del padre José Colón Otero, de la iglesia Nuestra Señora del Carmen, y del equipo de la organización PECES, entre muchos otros, quienes obraron “milagros” diarios para alimentar y cuidar a las comunidades golpeadas por el viento y el agua durante meses.
Desde el punto de vista científico, pudimos medir con precisión que la marejada ciclónica en esa zona alcanzó entre seis y nueve pies, justo en línea con las proyecciones de los modelos del doctor Mercado para un huracán categoría cuatro como María.
¿Cómo podemos mitigar el impacto de las marejadas ciclónicas de futuros huracanes en nuestras comunidades costeras? La prioridad debe ser siempre salvar vidas. No podemos permanecer en lugares cercanos a la playa cuando se acerca un huracán, porque, inevitablemente, el mar va a entrar en las áreas bajas. Inundará viviendas, dañará equipos y pertenencias, destruirá muelles y carreteras, arrasará negocios, marinas y embarcaciones, erosionará la costa y ocasionará daños inimaginables por su fuerza avasalladora.
La erosión costera provocada por María ha hecho nuestras costas aún más vulnerables. Con el aumento del nivel del mar, las marejadas asociadas a frentes fríos y la amenaza de futuros ciclones, me preocupa que la línea costera ya está invadiendo las comunidades. Y si persisten estructuras abandonadas o destruidas sin acción inmediata, sufriremos efectos cada vez más severos.
A tiempo podemos mitigar si actuamos con decisión. Nuestra primera línea de defensa es retirarnos de la línea de costa, de ese mar que avanza, silencioso pero constante, tierra adentro.
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