Durante más de veinte años la justicia del país no ha sido otra cosa que eso: dos millas de un paisaje accidentado lleno de puentes viejos y nuevos, hoyos, empates, asfalto y mogotes de basura, escribe Cezanne Cardona Morales
Durante más de veinte años la justicia del país no ha sido otra cosa que eso: dos millas de un paisaje accidentado lleno de puentes viejos y nuevos, hoyos, empates, asfalto y mogotes de basura, escribe Cezanne Cardona Morales
Ese año los federales tuvieron a José “Piculín” Ortiz dando tumbos por las escuelas del país. Lo llevaban a un anfiteatro atestado de jóvenes boquiabiertos, no solo por los casi siete pies de altura del baloncelista, sino por los cuentos de confinado que hacía tras su arresto por poseer marihuana con intención de distribuirla. Los amigos que me contaron de las conferencias de “Piculín” resumían el evento en dos imágenes. La primera era más cotidiana que poética: un héroe nacional del baloncesto -¡imagínate!- durmiendo en el suelo frío de la cárcel por un mes porque, según el código moral de los confinados, todos tenían que ganarse su cama por igual. La segunda imagen era más poética que cotidiana, solo si le agregamos imaginariamente la voz grave de “Piculín” después de un juego: “Antes era yo quien miraba la cárcel federal desde el carro, cuando transitaba por la autopista, pero ahora son los carros los que me miran a mí”. Algo así dijo y, tal vez, la melancolía con la que me lo contaron ayudó a distanciarme de la anécdota y sospeché -con ironía justiciera- que los federales explotaban teatralmente el cuento trillado del héroe deportivo caído, mientras que el exsecretario de Educación, Víctor Fajardo, no daba ni una sola conferencia ni le dijo a ningún grupo de jóvenes -aunque fuera con las muelas de atrás- que no valía la pena robar dinero público para cambiar un Toyota Célica por un Mercedes.
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