Una batata. Eso es todo lo que necesito para explicarle, por encimita, cómo se forman las palabras a partir de otras ya existentes (incluso los hablantes se las inventan; y no, no es cierto que las envían desde Madrid empacaditas en el diccionario). Pero regresando a la batata, si le añade el sufijo –ita, puede irse tranquilo con “su batatita”. Lo anterior se conoce como derivación; formar palabras añadiendo morfemas (afijos, prefijos y sobre todo sufijos). Dependiendo del significado que cargue esa “pieza” que añadimos, será la palabra que formaremos. Por ejemplo, si quiere propagar su batata, primero, no se la coma; espere a que le salga un brote, (la batata es batata y semilla a la vez; se reproduce con poco esfuerzo, una tragedia política). La siembra y, si son muchas, tendrá un batat-al. Lo mismo si cultiva plátanos, pues un platan-al, o tabaco, tabac-al, caña, cañaver-al, maíz, maiz-al, tomate, tomat-al, etc. ¿y ajo? Pues un car-ajal. Mentira, mentira. No estoy segura, pero me inclino por ajal. ¿Por qué? Porque el sufijo derivativo -al (y su variante -ar), como quedó demostrado, es muy productivo para formar nombres de tipos de terreno. Tengo que seguir indagando, pero eso sí, no confunda la batata con el ñame (con o sin corbata). Siguiendo la línea, un sembradío de ñames sería ¿ñamal? Así decía el jíbaro, nos dice Alvarez Nazario, cuando quería ñamal a alguien. Pero eso es otro Bocadillo.
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BATATA
Aida Vergne habla de los sufijos derivativos.
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