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También se puede blasfemar en la política. Solo que las cosas “sagradas” son conclusiones sociales tenidas como verdades. Aquí hay superávit de esas, pues para llegar a ser “verdad” dependen de una sociedad crédula. Y, sí, somos adictos a la ficción política y adoramos a sus fabulistas. Pero, para mitigar la humillación lo caricaturizamos con un criollismo: boricuada.
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