Y seguimos jugando con las palabras, gracias a nuestra competencia lingüística y a fenómenos de la lengua como la homofonía (palabras que suenan igual, pero no necesariamente se escriben igual), y la polisemia (palabras que tienen más de un significado). Mire este: -Útil es dejar dinero- y -Útiles de jardinero-. ¿No le parece fabuloso? Con tan solo mover dos sílabas de posición, el significado cambia radicalmente; ¡ja! y sería aún mejor si supiéramos dónde dejaron el dinero... Pero bueno, sigamos. Muchos piensan que la literatura y la lingüística no se mezclan. Nada más absurdo. Numerosos escritores recurren a estos juegos lingüísticos para provocar a sus lectores. A Quevedo, por ejemplo, se le atribuye el Calambur más famoso de la historia. Don Francisco de Quevedo se atrevió a llamar coja a la reina Mariana de Austria, con estos versos: “Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja”. Garcilaso de la Vega, en la primera oración del primer verso de la primera Egloga escribe: “El dulce lamentar de dos pastores” (el dulce lamen tarde dos pastores). Por llegar tarde, se quedaron sin lamer. ¿A propósito? Vaya usted a saber... Por su parte, Góngora le escribió un Calambur un tanto sanguinolento a su no muy apreciado “colega” Lope de Vega: “A este Lopico, lo pico” (Lo-pico como diminutivo de Lope). Ya ve, el pobre Lope quedó picado “dos veces”.
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