La perrita del gobernador Pedro Pierluisi no tiene la culpa de salir en una foto con las pezuñas pintadas de rosita el mismo domingo en que los periódicos informaron diez muertes violentas, casi todas a plomo. Pero a veces la casualidad tiene una forma pertinaz de sorprendernos con su lógica. No sé cómo Winston Churchill -amante también de las mascotas- le llamaba a esos momentos de zootopia en la política, pero a falta de sustantivos comunes me veo en la obligación de puertorriqueñizar esa ocasión con un verbo larguísimo e intransitivo: despierluisificar.
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