Después del terror en el Congreso
Hay un silencio de esos que ensordecen en la clase política del país. Más allá de los comentarios que, por su posición, eran requeridos, muy poco o casi nada se ha dicho acerca de la nueva amenaza terrorista que cobra fuerza en los Estados Unidos. Tras la insurrección ocurrida el pasado 6 de enero en el Congreso, llevada a cabo por el ala más radical de los seguidores del expresidente Donald Trump —quienes a su vez se han fusionado a grupos que promueven teorías de conspiración y de supremacistas blancos—, lo que antes era evidente, ahora por fin se le llama por su nombre: terrorismo doméstico. Así lo denunció el presidente Joe Biden en su discurso inaugural y así poco a poco lo han hecho liberales y aquellos conservadores cuya lealtad ya no está atada al expresidente, a quien le toleraron cualquier cosa a cambio de una ínfima o generosa —depende el caso— tajada de poder.
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