Si el abanico no afecta el bolsillo de los que más tienen, su suerte quedará sellada en el limbo de ‘los carros destartalados’, y volverá a ser lo que siempre ha sido, escribe Cezanne Cardona Morales
Si el abanico no afecta el bolsillo de los que más tienen, su suerte quedará sellada en el limbo de ‘los carros destartalados’, y volverá a ser lo que siempre ha sido, escribe Cezanne Cardona Morales
La espera ha terminado. Luego de ser utilería patética en los despachos de los detectives de poca monta y sufrir el ninguneo de la aristocracia tropical, podemos decir que -al fin- el abanico eléctrico ha entrado en su fase de nobleza. En menos de una semana, el abanico de pedestal ascendió de clase, alcurnia y estilo; de ser un aparato de épica plebeya y con un aura asmática, pasó a convertirse en un artículo de élite y prosapia. Ya fuera de plástico, de metal o de toque industrial, el llamado ventilador siempre tuvo una aerodinámica estancada y carcelaria (aspas condenadas a cadena perpetua). Y, de pronto, -sin que cambiara su diseño- el abanico de piso adquirió un aire de casta.
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