La gente no debería ser forzada a dejar su entorno. Hay una obligación del Estado de distribuir los recursos adecuadamente, incluyendo el acceso a la energía como derecho humano fundamental, escribe Sonia Ivette Vélez Colón
La gente no debería ser forzada a dejar su entorno. Hay una obligación del Estado de distribuir los recursos adecuadamente, incluyendo el acceso a la energía como derecho humano fundamental, escribe Sonia Ivette Vélez Colón
El dejar el país o lugar de origen para establecerse en otro país ha existido siempre a lo largo de la historia de la humanidad. Lo conocemos porque hemos estudiado grandes movimientos poblacionales, de naciones sin tierra, de pasajes bíblicos que narran el fenómeno. Cada vez que una persona o un grupo humano, bien por razones climáticas, por factores económicos, políticos o sociales, se ha visto en la necesidad de trasladarse de su lugar de origen para instalarse en uno nuevo, está provocando la experiencia migratoria. Los migrantes están dispuestos a soportar largos periodos de incertidumbre, ansiedad, nutrición y alojamiento precarios, mala salud, estatus de ilegalidad, o riesgo de explotación y abuso si encuentran un espacio y trabajo remunerado. En más de las ocasiones pueden ser de los descartados de la sociedad.
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