Muchas de las palabras de origen griego que forman parte de nuestro repertorio léxico nos llegaron por la vía del latín, pues esta lengua ya las había incorporado. Muchas palabras griegas pasaron a formar parte del vocabulario latino. Incluso, otras, nos dice Burunat, “entraron mucho más tarde a través del latín tardío, y del romance que las incorporó como términos eclesiásticos”. Otras palabras griegas (o helenismos) llegaron a España por conducto del árabe, especialmente aquellas relacionadas a la terminología científica y técnica. De las palabras de origen griego más antiguas que viven fuertes y erguidas en nuestro repertorio léxico se encuentran el aire que respiramos y el cerdo que nos comemos. Es más, si adoba el cerdo con culantro le añade un toquesito léxico griego, y más aún si invita a su tío a chuparse los dedos con usted. También almendra y ajonjolí, cereza y espárrago, mostaza y cuchara. Su estómago también es griego, al igual que sus lágrimas y la esponja que usa en el baño. Fantasmas, fantasías, enanos, espadas y linternas son todas tan griegas como el mismísimo Olimpo, al igual que la piedra, el topacio y el diamante. La bodega y la botica, su espalda y su sábana e incluso el yeso que le ponen cuando se fractura un hueso son voces heredades de la antigua Grecia. ¿Crisis? Pues nuestra y de Grecia... y no da ninguna gracia. ¡Mañana seguimos!Profabocadillos@gmail.com
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