La denuncia y condena de lo malo tiene que fundamentarse en la verdad y debe ser, además, oportunidad para la edificación, escribe Carlos Díaz Olivo
La denuncia y condena de lo malo tiene que fundamentarse en la verdad y debe ser, además, oportunidad para la edificación, escribe Carlos Díaz Olivo
Una modalidad de conducta que se ha convertido en constante de la cotidianidad puertorriqueña es la recurrencia al insulto, la mentira y la degradación de la dignidad del semejante, aderezada por la muletilla de la palabra soez. Una masa creciente de personas satisface su necesidad de protagonismo con la falsedad y con los agudos decibeles de su estridencia. Su sentido de realización personal es tan reducido que hacen de la desmesura y la ofensa su carta de presentación y oficio. Una avanzada de degradación lingüística, que esconde datos y pregona medias verdades, nos agrede continuamente. Estos nuevos juglares de la fanfarronería, el acoso y la falacia han llevado a la pobreza extrema el debate en nuestra sociedad. Sus insultos esconden la tragedia de su fracaso personal.
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