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Entiendo el regocijo y comparto la alegría de que poco a poco, según le vamos ganado terreno a la pandemia, regresen los abrazos, el compartir familiar, las cenas con amistades, los espectáculos en coliseos, las obras de teatro y las clases presenciales. Pero cuidado con echar en el mismo pote con la etiqueta de “la normalidad” a tantas y tantas cosas a las que nos hemos acostumbrado que no son nada normales.
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