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De que haya infinidad de menores que reciban —y contesten— mensajes de contenido sexual, algunos de los cuales ponen en peligro su integridad física y mental, no es culpa del gobierno, ni del bipartidismo, ni del Departamento de Educación, ni de la pobreza, ni del colonialismo. Es culpa de los padres. Se ha llegado a un punto, con decenas de querellas semanales, en que los adultos deben y tienen que vigilar las relaciones que establecen sus hijos menores, casi siempre por internet, antes de que ocurra lo peor.
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