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El talón de Aquiles del populista es él mismo. En el núcleo de la personalidad del líder populista subyace una tragedia: la desesperada necesidad de aplauso. Puesto que su deseo es irreversible, insaciable e ilimitado, está destinado a terminar mal. No se detiene nunca. Está siempre en búsqueda de gratificación. Una vez que ha accedido al poder, el adicto a las fáciles alabanzas hará lo inimaginable por permanecer en él. Y es que el poder, en la visión del sujeto populista-carismático es un gran y exclusivo escenario dispuesto para sus continuos performances, para sus insistentes monólogos.
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