

Confieso que me producen miedo los plebiscitos. Un miedo instintivo, cerval, que raya en la angustia, porque ponemos a prueba si queremos seguir siendo puertorriqueños o no. Al menos simbólicamente, porque nunca ha estado en nuestras manos implementar los resultados del status favorecido por las consultas: la independencia, la asociación bilateral digna, la estadidad o seguir como estamos. Imagine el lector si los republicanos y los demócratas tuvieran que elegir entre seguir siendo estadounidenses o anexarse a Canadá. ¿Y qué tal proponerle a un francés que vote para seguir siendo francés, o por convertirse en alemán? Pocos países llevan cómodamente la idea perturbadora de trocarse en otra nación.
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