Lo intuía, pero la lectura del interesante libro de Rosa Montero, El peligro de estar cuerda, me lo ha confirmado: los que escribimos o pretendemos hacer una labor artística establecemos un peligroso juego entre el consciente y el inconsciente donde casi siempre este último termina imponiendo sus reglas. Me pasó hace poco cuando escogí el título del espectáculo que quería presentar en un café teatro de Caguas la semana previa a la Navidad y opté por llamarle El despojo navideño. Mi reflexión consciente me decía que hay canciones que transportan inevitablemente al que las escucha a sus recuerdos de la niñez o a un pasado placentero, lleno de fantasías y disfrute familiar, que a su vez nos ayudan a olvidar las vicisitudes del presente. La palabra despojo me gustaba porque tiene su doble pespunte. Despojarse es quitarse de encima algo que te molesta, te pesa o te abruma, aunque algunos piensen que un despojo de verdad se hace a través de un brujo que te azota con plantas milagrosas como parte del ritual.
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