Antes de entrar en la “eternitud” vamos a hablar un poquito de neologismos (esas palabras nuevas que entran a la lengua) y de la eternidad. Todos los días nacen palabras, por infinidad de razones. A veces por la necesidad de nombrar algo nuevo, otras para jugar con la lengua, como perrano (perro mediano), o chiquitota (chiquita y grandota). Hay palabras inventadas que solo las usan las parejas, como ternoroso (tierno y valeroso) y así. Los hablantes también inventan nuevas palabras o bien derivan otras añadiendo sufijos, un recurso muy productivo de la lengua. Por ejemplo, la eternidad, se derivó añadiendo el sufijo–dad que remite a cualidad. Eternidad deriva de eterno y, aunque no es un neologismo, es pertinente para este Bocadillo, ya verá. ¿Qué es la eternidad? Es TODO el tiempo, que dura para siempre y por los siglos de los siglos. Ya vamos “llegando”. Cuenta Grijelmo que le oyó a García Márquez un “hermoso neologismo”, la eternitud. El Gabo le explicó que cuando decimos que amamos a alguien para toda la eternitud, establecemos una diferencia importante. La eternidad, como no tiene final, evita que nuestro amor se mantenga vivo cuando uno ya se ha muerto. “Por tanto, no se puede querer a alguien una eternidad. En cambio, la eternitud dura tanto como nosotros mismos y podemos usar esa raíz para mostrar con fuerza y expresividad nuestro sentimiento: te quiero una eternitud”.
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