Ser joven no da derecho a la insolencia. El revolucionario peca de exceso creído que la ideología y el cambio se alcanzan a la brava. Por eso la historia cuenta tantas revoluciones fracasadas, escribe Orlando Parga
Ser joven no da derecho a la insolencia. El revolucionario peca de exceso creído que la ideología y el cambio se alcanzan a la brava. Por eso la historia cuenta tantas revoluciones fracasadas, escribe Orlando Parga
La mayoría, si no todos, de los que son líderes, activistas o soldados del partido Victoria Ciudadana están convencidos de ser revolucionarios. La realidad es que lo son. Trabajaron y lucharon para crear un partido que rompiera el dique del bipartidismo que, tras el monopolio político del unipartidismo popular de 28 años (1941-68), sirviera de alternativa al bipartidismo progresista-popular de los subsiguientes 52 años (1969-2020). Tras el zarandeo a las maquinarias de los dos partidos principales, casi capturar la segunda joya de la corona gubernamental dejando en veremos el resultado electoral de San Juan y desestabilizar el balance de poder legislativo, nadie puede disputar a los victorianos haber logrado una hazaña revolucionaria en las pasadas elecciones.
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