El robo de los bienes públicos no es solo el sexto procedimiento mental del impulso destructivo del régimen, es también su razón de ser, su interés exclusivo y excluyente, de acuerdo con Miguel Henrique Otero
El robo de los bienes públicos no es solo el sexto procedimiento mental del impulso destructivo del régimen, es también su razón de ser, su interés exclusivo y excluyente, de acuerdo con Miguel Henrique Otero
A cada minuto, miles y miles de videos, imágenes y testimonios se suman a las redes sociales, dando cuenta de la destrucción de Venezuela. Mencionaré, solo para ubicar al lector, algunas de las que he visto en las últimas horas: instalaciones del Hospital Luis Razzetti, de Anzoátegui, por las que circulan aguas negras y putrefactas. Pasillos del Centro Simón Bolívar –las emblemáticas Torres de El Silencio– con paredes que han perdido el friso, sucias y pintarrajeadas. Líneas de producción de Alcasa desmanteladas y convertidas en montones de chatarra y suciedad. Unidades inservibles, podridas, saqueadas y canibalizadas del Metrobús de Caracas, amontonadas en un estacionamiento en la estación de La Paz. Cementerios desvalijados, lápidas desaparecidas o rotas, la maleza tragándose todo. Escuelas –no sé si es posible llamarlas así– con huecos en los techos, baños infectos y poblados de alimañas. Canchas deportivas en las que los tableros y los sistemas de iluminación han sido derribados se oxidan, haciendo imposible cualquier uso en ellas. Calles de Tumeremo y Puerto Ordaz, simplemente desaparecidas debajo de las basuras. Módulos de lo que alguna vez fue Barrio Adentro, sin puertas, ni ventanas ni nada, lugares abandonados que usan grupos de delincuentes como refugio.
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