La muerte ajena
Siempre vemos la muerte como algo distante, que les pasa a otros, no a mí, aunque de la boca para afuera repitamos el consabido “a todos nos tocará”. Admiro a la gente que con absoluta tranquilidad y credibilidad aseguran que están preparados para morir, y que han hecho las paces con la muerte. Yo no he podido. Lo admito. Tengo demasiadas cosas por hacer como para cogerme ese descanso eterno. Veremos cómo lo brego cuando a mi padre, de ciento ocho años y seis meses, que es mi constante esperanza de que si duro un poco como él voy a tener tiempo para todos esos proyectos, le encuentren el récord que se le ha extraviado a San Pedro.
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