El sacerdote Jorge Ferrer, recientemente fallecido, hizo importantísimas aportaciones en el campo de la bioética, tanto en Puerto Rico como en el extranjero, escribe Carmen Dolores Hernández
El sacerdote Jorge Ferrer, recientemente fallecido, hizo importantísimas aportaciones en el campo de la bioética, tanto en Puerto Rico como en el extranjero, escribe Carmen Dolores Hernández
La muerte del sacerdote jesuita Jorge Ferrer no pasará inadvertida para los cientos de estudiantes que en las universidades de Puerto Rico -el Recinto de Ciencias Médicas y el de Mayagüez de la UPR, la Pontificia Universidad Católica de Ponce y la del Sagrado Corazón en Santurce- y también en las europeas y americanas (la Universidad Gregoriana de Roma, la Complutense y la Universidad de Comillas en Madrid, la de Chile en Santiago y las de Seattle y Georgetown en Estados Unidos) pasaron por sus clases de bioética.
Tampoco pasará inadvertida para sus colegas en esa disciplina, una de las más nuevas en el campo de la ciencia, cuyos inicios datan de finales del siglo XX y cuya aplicabilidad a la vida individual y colectiva en nuestro planeta es cada vez más urgente.
Esa “ética de la vida” —es su significado literal— dialoga con los dilemas que surgen debido a los nuevos conocimientos científicos sobre la vida humana, desde la concepción hasta la muerte, y a raíz de los novísimos procedimientos médicos y tecnológicos de reciente aplicación. Dialoga también con los conflictos que surgen en torno a la vida animal y vegetal del planeta, incluyendo el medioambiente y la biósfera. Su importancia actual puede medirse por la creación, en 1993, de un Comité Internacional de Bioética por parte de la ONU, cuyo propósito es estudiar la ética de la medicina, la biología, la botánica y la zoología.
El padre Ferrer dedicó su vida a esa ciencia; fue pionero en atender a su desarrollo y su difusión. Investigador principal del proyecto Educación Graduada de Investigación Ética para científicos e ingenieros de la National Science Foundation, se desempeñó también como co-investigador principal del proyecto Integración de la Ética en la Docencia Secundaria, auspiciado por la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades y presidía la Federación Latinoamericana de Instituciones de Bioética además de pertenecer a la junta editorial de la Revista Latinoamericana de Bioética y al consejo editorial de la Colección Humanidades Médicas de Ediberum.
Era miembro de la American Society for Bioethics and Humanities y del prestigioso Hastings Center for Health Sciences and Technology Ethics, que postula que los principios éticos, especialmente la honradez y la integridad, deben guiar todas las etapas de la práctica científica, incluidas la recopilación de datos, la revisión por parte de los pares y las de publicación y difusión de los hallazgos para que el conocimiento científico sea confiable y para que todos tengan acceso a él.
En el 2021 fue hecho miembro de la Comisión Teológica Internacional, adscrita al Dicasterio para la Doctrina de la Fe, uno de los organismos pontificios más importantes. Escribió, además, varios libros y cientos de artículos científicos sobre la bioética.
En el ámbito local fue miembro, en 2013, del Consejo Asesor del gobernador de PR para la Bioética y en 2006 miembro del subcomité de ética de la comisión del gobernador para evaluar el sistema de salud de Puerto Rico.
No fueron pocos los logros de este sacerdote oriundo de Mayagüez, un hombre sencillo que estuvo también comprometido con su labor pastoral. Por todo ello no quiero que su muerte pase inadvertida para sus hermanos puertorriqueños que no tuvieron el privilegio de conocerlo a él o a su obra.
Personas como él, anónimas para el gran público, son los que hacen grande a nuestra patria, propiciando que se le reconozca por su cultura investigativa y por sus contribuciones al saber. La fama y los honores que no buscó en vida deben, de ahora en adelante, adornar su memoria.
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