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El más duro y traumático aprendizaje que hemos tenido los venezolanos víctimas de la dictadura se refiere a la cuestión de los límites. Durante años, al revisar el estado de cosas en nuestro país, nos decíamos: la realidad no puede empeorar más. Concluíamos que, en alguna medida, habíamos tocado fondo. Que un deterioro más profundo resultaba improbable o imposible. Y, como hoy sabemos, nos equivocamos: el deterioro no se ha detenido. La destrucción es un proceso que no acepta límite alguno.
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