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Me sorprende –aunque no debería– el poder de alquimia de los amantes del coloniaje; me asombra su pasmosa interpretación, de decisiones judiciales inclusive, osando pintar con colores vistosos el cuadro ennegrecido de esa nostalgia de 1952, cuando la propaganda de la guerra fría hizo creer a tantos que, con la redacción de una constitución de mero gobierno local (tachada en partes sustanciales por el Congreso, que conste), se había resuelto el problema colonial del territorio de Puerto Rico.
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