

El fenómeno necesita explicarse. Cada vez son más los ciudadanos estadounidenses de origen puertorriqueño que se identifican con el Partido Republicano, desentendidos de una pasada tendencia que apuntaba lo contrario. Ni siquiera la política abiertamente antihispana de Donald Trump desalienta la adhesión de los nuestros a la filosofía conservadora del GOP, dejando atrás la afiliación intuitiva demócrata asumida por los puertorriqueños que en el siglo pasado se relocalizaron en grandes ciudades como New York, Philadelphia y Chicago. Enterrada en olvido la leyenda que por décadas predicó Luis Muñoz Marín de que los republicanos de allá y acá eran “colmillús” y “malos”, bajo la que se criaron las primeras generaciones de campesinos que en décadas de los años ’30, ’40, ’50 se fueron a recoger tomates y remolachas en las fincas del norte.
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