Se le acusaba de algo, pero ni ella ni nosotros sabíamos exactamente de lo que era. Como en tantos procesos europeos que hemos visto en películas en los que se mantiene de pie al acusado por el tiempo que dure el interrogatorio de los testigos, se trataba de una “acusada” a quien se le agobió con demasiadas preguntas, una tras otra, hasta pasada la medianoche. Y, a pesar de que es una mujer rolliza, lucía a veces con la palidez de los cuerpos que han perdido el alma. Otras, naturalmente, con el rojo granate que produce el insulto de quien, creyéndose en estado superior, humilla a un subordinado. Porque, ¿qué sino una falta de respeto es preguntarle a una secretaria de Educación si sabe cuánto es 2 más 2?
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