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Un estudiante universitario escucha su clase desde el teléfono celular mientras reparte pizza en un auto. Un poco más al frente de la casa donde ha entregado la pizza y un padrino de refresco, hay dos sujetos que cortan grama con trimmer. En la casa de la esquina, aún dentro de la urbanización, tres empleados de una compañía suben placas solares al techo de una casa. Saludo desde el carro a un vecino que, al parecer, contrató al mismo muchacho que me arregló la lavadora hace una semana. No debía tener más de veinticinco años el muchacho, y arregló la máquina sin titubeos. Bromeamos de lo mohosa que estaba la lavadora y me dijo que lo importante es que la máquina haga su trabajo. Doblo a mano izquierda y veo que entra un camión de una mueblería que seguramente entregará mercancía; adentro hay dos empleados más. En menos de un cuarto de milla, mal contados, hay entre siete u ocho empleados a simple vista, y uno se pregunta cómo es que a cierta gente se le hace tan fácil decir que los puertorriqueños no trabajan.
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