La Navidad, con sus celebraciones de un nacimiento humilde, con su escenificación de una solidaridad única entre lo natural, lo espiritual y lo humano, con su promesa de una ansiada plenitud futura, nos reorienta, escribe Carmen Dolores Hernández
La Navidad, con sus celebraciones de un nacimiento humilde, con su escenificación de una solidaridad única entre lo natural, lo espiritual y lo humano, con su promesa de una ansiada plenitud futura, nos reorienta, escribe Carmen Dolores Hernández
De todas las fiestas con orígenes religiosos -y son muchas- la Navidad es la más reconociblemente humana. Una familia que se prepara y espera, una mujer que alumbra, un niño que nace son ocurrencias comunes y -también- maravillosas. Lo es asimismo la alegría que acompaña a todo nacimiento, igual sentida por pastores legendarios y ángeles del cielo que por hombres y mujeres que pisan la tierra. Una nueva vida es siempre una esperanza, un camino que comienza, un destino que se debatirá ineludiblemente entre la dicha y la tristeza. Para desearle al niño que lo primero sea más abundante que lo segundo llevamos, como los Reyes Magos, dones a los recién nacidos.
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