“No es mi país y estoy llorando”
La frase no es mía. La escribió una amiga en las redes sociales y al leerla tuve que detenerme. Su comentario dejaba entrever lo extraña que se sentía ante la reacción que había tenido al ver la ceremonia de investidura del presidente Joe Biden el pasado 20 de enero. “Qué complejo esto de la colonia”, decía, a la misma vez que recordaba el terrible récord mortal que carga Estados Unidos a cuestas en sus relaciones de dominio alrededor del mundo, con énfasis naturalmente, sobre Puerto Rico. Era como si se preguntara: ¿cómo puede emocionarme algo que bajo mis principios me es tan ajeno e incluso doloroso? Pero así son estas dinámicas. Ese país no es el nuestro, pero más de la mitad de los nuestros viven allá. Entonces nos importa por la vía de la razón y por la vía de la emoción.
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