La guagua no es lo único en reversa o, como decimos muchos, riversa, ¡sorry! Pero a lo nuestro... Hay sufijos que, en tiempos del romance, sufrieron lo que Menéndez Pidal llama regresiones. Nada que ver con sicólogos, siquiatras ni medias unidades (las que le leen la bola). Son regresiones lingüísticas. Antes, le machaco que el sufijo es el recurso más abundante que existe para la formación de palabras nuevas. Y aquí vamos de pecho. Menéndez Pidal nos dice que, en ocasiones, “el sentimiento que el hablante tiene de los sufijos es a veces equivocado”. Que ¿cómo? Pues sí mis queridos lectores. Y para muestra, Margarita y Agapito bastan. Usted sabe que los nombres tienen diminutivos. Entonces ¿cuál es el rollo con Agapito y Margarita? Que pensamos que son diminutivos y concluimos que existe una forma Agapo y Margara. Nada que ver. Agapito y Margarita son primitivos; nunca fueron diminutivos. Por analogía pensamos que son diminutivos, pero no lo son. Lo interesante, y aquí es que viene la regresión de Pidal, es que del diminutivo se saca un “positivo”. Me explico: de Agapito salió Agapo y no al revés; de Margarita salió Margara y no al revés, y de monaguillo salió monago, y no al revés, como suele siempre suceder. ¿Al derecho o al revés, qué más da? ¡Es la lengua; son sus hablantes! A Margarita, mi saludo cariñoso. Tranquila, no eres diminutiva. Y me debes una... Margarita.
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