Traer alguien al mundo es un gran acto de esperanza y de fe en nuestra capacidad de superarnos, escribe Armando Valdés Prieto
Traer alguien al mundo es un gran acto de esperanza y de fe en nuestra capacidad de superarnos, escribe Armando Valdés Prieto
Un satélite, a una distancia de la superficie terrestre de cerca de 400 millas, puede tomar una foto perfectamente legible de la tablilla de un automóvil que transita por una autopista a 60 millas por hora. Sin embargo, hace apenas unos días, me encontraba en una oficina médica junto a mi esposa tratando de descifrar una imagen borrosa, de baja definición y en blanco y negro, de mi segunda hija. Pensé entonces que, aunque ocupábamos físicamente el mismo espacio y nos separaba menos de una pulgada de piel, Amelia - así habrá de llamarse - y yo habitábamos dos mundos distintos. De ahí que la expresión, “traer al mundo” sea tan apropiada para describir la transición que todo ser humano hace de un mundo a la misma vez cercano y distante, conocido y alienígena, a este en el que nos criamos, crecemos y morimos.
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