Jesús era un activista del sobaco y de ecuación sencilla: sin suciedad no hay milagro. Nunca se le escuchó quejarse de los malos olores de su prójimo, mucho menos ofreció canastitas con perfumes, como hizo la pastora, escribe Cezanne Cardona Morales
Jesús era un activista del sobaco y de ecuación sencilla: sin suciedad no hay milagro. Nunca se le escuchó quejarse de los malos olores de su prójimo, mucho menos ofreció canastitas con perfumes, como hizo la pastora, escribe Cezanne Cardona Morales
A María Antonieta la delató su perfume. Mientras huía despavorida hacia Varennes, disfrazada de plebeya y esquivando las ruinas del Antiguo Régimen, dos guardianes revolucionarios la detuvieron porque olía a aristocracia. Es decir, apestaba a agua de lavanda, a pomadas y a rosas, lo que para muchos era la fragancia de la corrupción, del lujo, del despilfarro, de la petulancia, y la razón por la que la reina se granjeó su apodo: “Madame Déficit”. Claro, según Federico Kukso, la élite revolucionaria también tenía su perfume: usaban pomada de Samson, pañuelos impregnados con aceite de lirios y, los más pobres (los sans-culottes), olían a sudor y a lejano almizcle. Pero la vigilancia olfativa republicana apenas empezaba, así que a la reina María Antonieta también la delató su maleta (neceser) atestada de los frascos que le preparaba a diario Jean-Louis Fargon, el perfumista de los reyes. Algo similar ocurrió con las sórdidas declaraciones de la pastora Iris Nanette Torres Padilla. Luego de usar el púlpito para pasear su racismo -nativo e importado-, acusó a un senador de no oler bien o de no bañarse (sinónimo del insulto racista “negro sucio”) y, con una carcajada ácida, le ofreció una canastita de perfumes que seguramente no se alejaba mucho del estuche traidor de la reina María Antonieta. Además de reafirmar su clasicismo olfativo, la pastora hizo algo que es todavía peor: delató su mediocridad teológica.
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