En materia de discrimen no se salva ni la lingüística. Me explico. Muchos piensan que los boricuas no sabemos hablar español porque nos comemos las [s], o las ponemos donde no van, o decimos [puelta] [izquielda]; otros dicen que en Cuba tienen un enredo con las [cobbatas], y, la variante dialectal caribeña más discriminada de todas, la de República Dominicana, que no saben hablar “correctamente” porque cambian la [r] por la [i] como el [aibol] en el Cibao, y desaparecen por arte de magia la s en final de sílaba o palabra (BTW, nosotros también, digiéralo). Todos estos fenómenos son reales, tienen una explicación fonética y fonológica, y también son rasgos de cada uno de esos dialectos. También son motivo de discrimen porque se apartan de la norma. ¡Mecachindei, la norma otra vez! ¿Por qué discriminamos? Pues lamentablemente por una noción equivocada que poseen los hablantes y que los lingüistas llamamos prestigio lingüístico. Todo este asunto (disparatado) del prestigio lingüístico, alimentado por las academias, se traduce en una competencia de quién habla mejor, y de tonterías como ¿dónde se habla el mejor español? ¿Pues sabe qué? Son estupideces que revelan ignorancia y solo sirven para excluir, para nada más. Vivimos encarcelados en nuestras ideas religiosas, ideológicas, políticas, y también, lingüísticas. No discrimine por favor. El discrimen lingüístico es una manifestación de prejuicio. Y usted, por supuesto, no es prejuiciado, ¿verdad?
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