

Quiero dedicar este artículo a los “jóvenes rebeldes” y a los padres de esos jóvenes. Lo que me propongo hacer es comentar con brevedad un par de asuntos sobre el joven Carlo Acutis, que acaba de ser declarado santo por nuestra Iglesia. Así pues, no tengo interés en manipular a nadie, sino expresar mi punto de vista sobre ese “muchacho extraordinario” que, en apenas quince años de vida terrenal, logró convertirse en ejemplo para gentes de los cinco continentes. Por eso, no voy a entrar en los detalles de su biografía, sino ir directamente a las dos cosas quiero comentar.
Cuando se llevó a cabo su funeral, el templo se llenó de gente que sus padres y familiares no conocían. No se trataba de figuras famosas, ni prelados, ni gentes de la gran sociedad italiana. Los que llenaron la Iglesia fueron deambulantes, inmigrantes y mendigos, además de muchos niños y jóvenes del pueblo. Fue entonces que su familia se enteró del “compromiso social” que había llenado buena parte de la vida de Carlo. Se sabía de su entrega religiosa, de que iba a misa y comulgaba todos los días, teniendo como centro la sagrada Eucaristía a la que se refería como “la autopista al cielo” y que se dedicaba a preparar en internet programas de divulgación sobre santos, milagros y la Virgen. Pero fue después de su muerte que se conoció que usaba también mucho tiempo para servir en los comedores sociales y en la conversación con los más pobres y marginados de la sociedad. No lo anunciaba, y sencillamente así lo hacía, el llamado “influencer” de Dios.
El segundo asunto al que deseo referirme es algo que él repetía muchas veces: “Todos nacen como originales, pero muchos mueren como fotocopias”.
Eso que llamamos “educación”, demasiadas veces se convierte en “domesticación”. Es común que los padres, maestros y formadores de la sociedad, quieran enderezar a los niños y jóvenes, quitarles la rebeldía, cortarles su originalidad. Se pretende que los jóvenes se acomoden a usos, costumbres, creencias y, sobre todo, que se encaminen a ser exitosos y de solvencia económica. Se busca que dejen de luchar por sus ideales, que renuncien a sus ocurrencias, que se conviertan en repetidores de consignas, hipócritas que acallen su corazón para aparentar cumplir con las normas, sumisos ante los poderes terrenales e idólatras de los bienes materiales. Se pretende una sociedad poblada de fotocopias, no de originales.
En uno de los aspectos más dolorosos de ese desastre de construcción de la barbarie que mal llamamos civilizar, es corriente escuchar a personas mayores difundir todo tipo de mentiras y calumnias sobre lo inútiles que son los jóvenes, lo irresponsables que son, que sólo piensan en el placer y los vicios, que no saben ni vestirse bien y mucho menos, poner atención a los estudios. ¿En serio? Los que así hablan parece que se olvidan de sus propias rutas de vida. Los que así se expresan, parafraseando a Joan Manuel Serrat, sería bueno que, antes de maldecir, recordaran que también en su juventud tuvieron “un sueño en la piel”.
Cada ser humano es una producción exquisita y única. Cada ser humano nació como un ser original creado y enviado por Dios.
Cada ser humano tiene un camino.
Ayudemos a nuestros jóvenes para que tengan fe, para que tomen el horizonte por asalto, para que puedan trabajar por un mundo nuevo, para que no se conformen con ser fotocopias.
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