Síntomas de una historia que ya no da más
La crisis climática no tiene nada de “natural”. Tampoco sus consecuentes y graves crisis de infraestructura o incluso la mal llamada deuda y su crisis fiscal. Donde hay que buscar la raíz de todas estas crisis no es en las deficiencias en la actual organización social, política o económica, sino en la historia que sostiene todo esto.
Una parte importante de esa historia comenzó hace poco más de cuarenta años con un cambio profundo en la forma de imaginar nuestra sociedad y su economía. Lo que estamos viendo ahora es simplemente el desgaste y desmoronamiento de esa historia.
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La década de los 80 comenzó con la presidencia de Ronald Reagan y Margaret Thatcher como primera ministra del Reino Unido, declarando que “la sociedad no existe” y que por lo tanto ya no hay que preocuparse por la misma. Solo debemos preocuparnos por nuestro interés individual y el de nuestra familia.
Una sociedad basada en esta idea simplemente no es sostenible. Está destinada a autodestruirse. Sin embargo, nos propusieron que esa forma de ver el mundo nos llevaría al bien común y a una mayor prosperidad.
Este cambio profundo de paradigma fue lo que llevó a la fiebre de la privatización y su consecuente eliminación de los servicios públicos. Esto es lo que se conoce como el neoliberalismo o fundamentalismo del mercado, una religión a la que se unieron los políticos de los dos partidos principales tanto aquí como allá, abandonando los ideales originales de sus organizaciones.
Bajo esa ideología la sentencia de que todo servicio público fuera privatizado y todo subsidio eliminado fue dictada desde los años 80. Era cuestión de tiempo y de la ayuda de los políticos de aquí y de allá.
¿Qué pasó con ese gran sistema socioeconómico que prometió tanta prosperidad y que ahora nos está dejando sin nada?
Nuestra crisis de energía, de las escuelas, de la Universidad, de la salud y de todo lo demás es el resultado de decisiones que se tomaron dentro de ese marco ideológico.
No todo fue incluido dentro de esa lógica del mercado puro y duro. Irónicamente los grandes contribuyentes a la descomposición climática (los tres combustibles fósiles, los automóviles y la agroindustria) son generosamente subsidiados por el gobierno federal y de otros países ricos.
La debacle energética que estamos viviendo, la rampante corrupción y violencia, la falta de visión y de credibilidad de los políticos, todo es simplemente una manifestación de la descomposición y declive de esa historia.
A la misma vez ha comenzado a surgir una nueva historia basada en conceptos más ecológicos, democráticos y solidarios, que incluyen la democracia energética y la soberanía alimentaria entre muchos otros, y que ahora son más urgentes que nunca.
Posiblemente las ayudas federales serán dirigidas a poner en un respirador todo aquello que es parte de la vieja historia porque hay grandes intereses económicos detrás de todo eso. El problema es que eso ya no es sostenible.
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