Sócrates, Nixon y Trump ante el estado de Derecho
No suelo escribir sobre política y ahora tampoco lo haré, aun cuando uno de los personajes sobre los que versen mis palabras sea un político. De lo que hablaré es del respeto al estado de Derecho que debe regir las actuaciones de todo político. La decisión de Donald Trump de anunciar su renovada aspiración a la presidencia de Estados Unidos después de las cosas que ha dicho y ha hecho, es como para dejar a cualquiera en ascuas. Su desdén por la decencia en el hablar y su imprudencia en el obrar debe llevar a preguntarnos si el pueblo norteamericano —sus votantes— han comprendido la peligrosidad de postular a una persona que desprecia abiertamente el estado de Derecho y parece estar desajustado. Por ejemplo, una persona como él, con un diagnóstico como el pronunciado por los peritos que saben de la materia, yo no lo hubiera tenido armado en mi sala como alguacil y probablemente no hubiera durado más de tres meses en ese trabajo.
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