Cezanne Cardona Morales reconstruye el perverso museo de agua abandonada que se convirtió en parte de su paisaje cotidiano en Dorado y símbolo de la negligente respuesta gubernamental al huracán María
Cezanne Cardona Morales reconstruye el perverso museo de agua abandonada que se convirtió en parte de su paisaje cotidiano en Dorado y símbolo de la negligente respuesta gubernamental al huracán María
Aquel era mi paisaje favorito del huracán María. Y digo favorito no porque resultara placentero, sino por lo bien que esa imagen definía la impotencia y el desamparo gubernamental que aún sufrimos. Cada vez que pasaba por allí, mis hijos se aflojaban un poco el cinturón de seguridad del carro, subían la cabeza y miraban -por encima del pastizal- las miles y miles de botellas de agua estibadas en paletas industriales al fondo de una finca de Dorado. Me gustaba la cara de indignación que ponían. Si el semáforo de la intersección del barrio Magüayo funcionaba, el tapón nos daba tiempo suficiente para echarnos un sano lujo de parodia bíblica: “En el principio creó Dios la marcas Dasani, Nikini, Aquafina, Fiji y Evian; Y el espíritu de Dios revoloteaba sobre un millón de botellitas con tapita azul en el municipio de Dorado”. Entre ironía e indignación, nadie podrá negar que un tramo de la carretera 693, entre la urbanización Sabanera y la entrada de nuestro barrio Higuillar, estuvo dedicado a un perverso museo del agua.
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