OPINIÓN
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TATO

Aida Vergne habla de los apodos y la elisión.

4 de mayo de 2015 - 1:00 AM

Las opiniones expresadas en este artículo son únicamente del autor y no reflejan las opiniones y creencias de El Nuevo Día o sus afiliados.

Al apodo se le conoce como hipocorístico. Corominas explica que la palabrita se tomó del griego, con el significado de ‘acariciativo’. Apodo, de apodar, llega del latín tardío apputare, derivado este a su vez de putare, con el significado de ‘juzgar’. ¿Tato, sigues ahí? Acá no es juzgar; es, como dice Corominas, una “forma familiar que toman ciertos nombres de pila, especialmente en boca de los niños o de los adultos que imitan su lenguaje (como Quico, por Francisco, etc.)”. Hay algunos apodos que nada tienen que ver con el nombre de pila; son el producto de la creatividad del que apoda; a veces están relacionados con las características de la persona apodada. Tengo especial cariño por Cuso, Piquel, Paye, Chiquita y Tita... También tengo dos buenos amigos apodados Tato. Llegamos. Resulta que Tato, además de apodo es, si lo piensa un poco, oración interrogativa, o bien, declarativa, que usamos a diario. ¿Cómo es eso? Porque la oración atravesó por una serie de procesos fonéticos característicos del habla coloquial. ¿Cuáles? Pues, la lengua oral tiene una fuerte tendencia hacia la economía; eliminará lo que no le haga falta para llevar el mensaje. Estos procesos se conocen como elisión y ocurren al principio, en interior, y al final de palabra u oración. Por ejemplo, cuando le digo a Tato:

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