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prima:Teología de las autopistas

Casi cuarenta años pagando peajes, y ahorita nos intentan vender la eficiencia de una compañía solo porque la grama está recortadita y los postes de luz alumbran la carretera en la noche, escribe Cezanne Cardona Morales

1 de mayo de 2021 - 1:00 AM

Las opiniones expresadas en este artículo son únicamente del autor y no reflejan las opiniones y creencias de El Nuevo Día o sus afiliados.

Cuando Madonna se pasó nuestra bandera por la entrepierna en aquel concierto, el peaje de la autopista 22 ya rondaba los treinta y cinco centavos. Lo más barato que lo llegué a ver fue a veinticinco. Entonces parecía divertido ver a nuestros padres, al borde del bostezo, echar en la canasta la peseta que nos garantizaba llegar temprano al trabajo y a la escuela. La escena era lo más parecido a ir a la iglesia del progreso justo cuando algún acólito pasa el plato de ofrendas para el dios de las autopistas. Ahorrar era eso: rescatar de la aspiradora, de los bolsillos o del fondo de la lavadora monedas para el peaje y, si sobraba algo, entonces podía comprar dulces en la tiendita de Amparo, que era el verdadero paraíso. Las garambetas de Michael Jordan llevaron a muchos a lanzar las monedas como estrellas de la milagrería progresista. Después dijeron que no aceptarían chavitos prietos porque las máquinas se dañaban y aprovecharon para subir el peaje cinco centavos más. Lo que no logró el desastre de Chernóbil o la caída del Muro de Berlín lo hizo la administración de carreteras: eliminar los chavitos prietos que tan bien se llevaban con nuestra alma de autopista.

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