

Para algunos era “Billo”, para otros “Juan”, para algunos otros era “su señoría”, pero para mí era “el Juez” o “mi Juez”, sin necesidad de especificar cuál juez. Y es que ello era evidente luego de haber tenido la fortuna de trabajar con Juan R. Torruella por los pasados seis años. Tuve el privilegio de trabajar junto a él diariamente (sí, para él los sábados eran tan buenos para hacer justicia como los lunes) y vi el vivo ejemplo de lo que es amar su profesión y luchar incansablemente por lo que uno entiende que es correcto. Ya pasados sus ochenta años muchos le preguntaban si no pensaba retirarse, a lo que siempre respondía que él salía de esa oficina “con los pies para alante” y “las botas puestas”.
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