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No existe confianza en nuestras instituciones. Las tres ramas de gobierno, por actos propios, han sucumbido a la repulsa social. Además, la clase política es objeto de mofa, excepto por los ciegamente apasionados o con intereses creados y la política está dibujada en la mente del puertorriqueño como un gran pozo pútrido. Con un agravante: los actores no se dan por aludidos.
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