
Se adhiere a los criterios de The Trust Project
El mismo año en que el gobernador Luis Fortuño llegó al poder, una promoción de “Chicles con sabor a alcapurria” tomó por asalto las vallas publicitarias de las principales avenidas del país. Al igual que los chicles de nicotina para romper el vicio del cigarrillo, los chicles marca Juan Bubble se anunciaron como un juego folclórico para engañar las ganas de comerse una alcapurria en medio del tapón mañanero. Pero la sensación no fue del todo agradable y se debió, en parte, a la efectiva imagen promocional: una cajita de chicles, de color manteca, sostenida por una mano con la típica servilleta con la que solemos agarrar una alcapurria que chorrea aceite. Hasta en los costados de las guaguas de la Autoridad Metropolitana de Autobuses anunciaban la susodicha goma de mascar, pero con una pequeña variación: “sabor a morcilla”. La promoción terminó siendo una estrategia de mercadeo que buscaba demostrar el impacto de una campaña publicitaria que utilizaba exclusivamente medios de comunicación alternos. Mirado desde hoy, casi se podría decir que aquella broma publicitaria fue una profecía dietética de lo que vendría después: la ley 7 y la ley 22.
Te invitamos a descargar cualquiera de estos navegadores para ver nuestras noticias: