

Hace unos días ayudaba a una señora de un sector santurcino a llenar un formulario gubernamental. “Raza”, indicaba el cuestionario, seguido de la lista que requería la selección de una o más alternativas: negro, blanco, indígena de las Américas…entre otras. La señora y su compañero del sexo opuesto, ambos sesentones y de piel trigueña, residen en un complejo de vivienda pública por el que no pagan renta. “Léemelo otra vez”, me pidió la señora mientras enseñaba una dentadura escasa detrás de su sonrisa tímida. Repetí con la mayor suavidad posible. Intuí una vulnerabilidad dolorosa. “Pues… no sé…” Se miró los brazos, miró a su compañero, me buscó con la mirada atemorizada y respondió en voz baja: “¿Me va a hacer daño?”
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