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El timbre nunca dejó de sonar. Las puertas de mi salón virtual siempre permanecieron abiertas. Intenté mil formas de llegar a ti. Elegí ser parte de la solución. Mientras, en las mañanas, extrañé verte con el bulto en la espalda y con una razón para soñar. Busqué más de una manera para enseñarte. Tú, sin libros, y yo, sin suficientes herramientas. Esto no fue un problema, pues tomé talleres en línea e intenté, con lo poco que tenía, trabajar para ti. En varias semanas, nos ajustamos a los cambios y el progreso de muchos fue evidente. Intenté que entendieras que cada mañana estuve presente, mientras que mi corazón se entristecía al pasar lista y notar la ausencia de muchos. Te llamé y me aseguré que estuvieras bien.
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