



La vida de Ivette González Flores parecía estar en su mejor momento pues, faltaba poco más de un mes para conocer a la criatura que llevaba en su vientre; fruto de un matrimonio de dos años.
Sin embargo, el resultado de una prueba rutinaria en el proceso prenatal cambió el curso de su trayecto al ser diagnosticada con el virus de inmunodeficiencia humana (VIH), el 11 de agosto de 1992.
Solo tenía 24 años cuando se enfrentó a la noticia más difícil que había escuchado, mientras su mente batallaba contra miles de preguntas del por qué estaba en esa situación, ya que no era parte de los grupos de riesgo.
A 33 años del diagnóstico, Ivette, oriunda de San Lorenzo, recordó los pormenores de su lucha y cómo la educación transformó sus dudas en fortaleza.
“En ese tiempo no se hablaba de VIH, sino de sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida). Me dijeron que yo tenía sida, que buscara a mi esposo para que se hiciera la prueba; [él] estaba incrédulo. Se hizo la prueba, pero el resultado tardaba un mes. Era una agonía horrible, pero salió positivo”, contó.
Así las cosas, fue referida a una clínica de mujeres con VIH en el Centro Médico de San Juan y, “ahí empecé a educarme”, dijo.
“En el caso de una mamá con VIH, hay que esperar a que el bebé tenga 18 meses porque desechan los anticuerpos de su madre y producen los suyos. En ese tiempo era una espera. Pero fui informada y eso me dio un rayito de esperanza”, confesó.
En tanto, su hija llegó al mundo el 24 de septiembre de 1992 por parto natural; una experiencia que convirtió la dulce espera en amargura, debido a la ignorancia sobre la enfermedad.
“De lo más difícil que me ha tocado vivir con un diagnóstico de VIH, ha sido la experiencia de ser discriminada en la sala de partos por el médico porque, en ese tiempo, no había medicamentos para la enfermedad. Me sentía como un fenómeno, como algo anormal”, lamentó.
“Sabían que tenía sida porque lo dije. Me separaron del resto de las mujeres y, aunque me sentí mal, vino una enfermera con otros médicos y me explicaron que se me aislaba para protegerme. Eso hizo un cambio internamente. Pero, fue muy fuerte la experiencia en la sala de partos”, sostuvo.
En tanto, resaltó que su bebé nació a las 10:24 p.m. y le dieron el alta a las 6:00 a.m.
“No fue nadie a tomarme la temperatura. Desde la puerta, me dijeron que estaba de alta, que mis familiares vinieran a buscarme. Nadie me tocó. Yo estaba solamente con la bata de papel y la cama llena de sangre por el parto”, expresó aún estremecida por lo vivido.
Fue una enfermera de la clínica especializada para mujeres con VIH quien tuvo un gesto de humanidad y la socorrió, tanto a ella como a otra mujer que tenía la misma enfermedad.
“Nosotras estábamos llorando porque nadie nos daba la mano y estábamos sin ropa. Ni los familiares sabían que podían ir. Esa enfermera nos metió al baño, nos limpió, nos bañó, nos buscó ropa y, entonces, me dieron de alta con mi bebé”, manifestó.
“Luego, recibí una llamada telefónica para decirme que mi bebé estaba positiva a la prueba de sida. Había que esperar. Pero no deja de ser un golpe fuerte la manera en que me lo dijeron”, esbozó.
Y esa la espera se transformó en agonía: bajó a 92 libras de peso.
“Yo dormía con mi bebé pegada en el pecho para que la muerte no me la pudiera arrebatar. Así lo sentía. Fui discriminada por familiares, por una hermana que decía que no tocara a ninguno de sus hijos ni a mi mamá”, lamentó la mujer de 57 años.
“Fue fuerte, pero la educación hizo una diferencia muy grande en mí. Aunque es algo que no deja de doler, porque uno piensa que el apoyo más seguro que uno puede tener es la familia. Fue fuerte ser discriminada, al igual que mi bebé”, insistió.
A pesar de todo, su hermana menor le brindó apoyo, pero con el pasar del tiempo “mi otra hermana se educó y tuvo un cambio en su comportamiento conmigo”, dijo.
“Lo traigo como un efecto de la importancia de la educación para poder eliminar el estigma, el rechazo, pero no elimina el dolor que se siente al verse rechazado por las personas que amas”, resaltó.
En tanto, se allegaba una buena noticia cuando su pequeña cumplió seis meses de nacida, los resultados indicaron que estaba en el proceso de negativización.
“Así fue para la gloria de Dios. Mi bebé, finalmente, dio negativo a la prueba de VIH”, sentenció al mencionar que, luego de unos años, volvió a casarse con un hombre que no tenía la enfermedad y quien se convirtió en el padre de su segundo hijo en el 2003.
Fue en 2008 cuando Ivette empezó el tratamiento contra el VIH, lo que considera “un proceso bien difícil”, porque su cuerpo no toleraba los medicamentos.
Según el gastroenterólogo, la mujer había desarrollado cuatro afecciones digestivas que le impedían hasta ingerir acetaminofén. La situación hizo que sus defensas bajaran y “el virus subiendo a prácticamente un millón y estaba a punto de entrar en la etapa de sida”, describió.
“Fue necesario porque, aunque yo siempre había creído en Dios, ese año yo me adentré en una intimidad con papito Dios. El día que iba a comenzar mi tratamiento, fui a buscar un resultado de laboratorio que me decía que estaba peor y comencé a llorar”, relató.
Tras escuchar una canción cristiana, llamó a su médico para decirle que lo intentaría de nuevo y, aunque debía esperar un año, “por primera vez no tenía miedo”, aseguró.
“Me dio los medicamentos para que me relacionara con ellos. Llegué a mi casa, puse los cuatro frascos sobre mi cama, los abracé, oré sobre ellos y simplemente fui guiada y, con un marcador, a uno lo rotulé amor, a otro fe y esperanza, el tercer frasco, paz y el otro, alegría”, apuntó.
Varias semanas después, aseguró, “[el virus] estaba indetectable y, al día de hoy sigo indetectable, con mi sistema inmunológico completamente saludable y normal”.
“Descubrí que mi vida no dependía de unos números, sino que dependía de todo aquello que yo estuviera dispuesta a hacer, por encima de lo que yo pudiera experimentar como miedo o temor”, expresó.
De hecho, su hija tiene actualmente 33 años y, según Ivette, es completamente saludable, “al igual que mis dos nietos”.
Entretanto, recordó que, “no hay una enfermedad, sino una afección de salud con la que puedes vivir. Aunque el proceso fue doloroso, volví y me levanté y, en el nombre poderoso de Jesús, aquí estoy”.
Asimismo, exhortó a la ciudadanía a “que asuman su responsabilidad con su salud y que, al menos, una vez al año, se realicen la prueba de VIH”, ya que “un gran porcentaje de esas nuevas infecciones llegan en etapa terminal de VIH, que conocemos como sida”.
“El pasado 1 de diciembre se conmemoró el Día Mundial en Respuesta al VIH para crear conciencia de que todavía el virus está presente, para entender qué podemos hacer para prevenir la transmisión, para recordar a quienes han fallecido y para ser solidarios con quienes tenemos un diagnóstico positivo a VIH”, señaló.
Finalmente, hizo un llamado a “descubrir la fuerza de la vida” —el lema 2025 del Programa Ryan White Parte B/ADAP del Departamento de Salud de Puerto Rico, dirigido a asegurar el acceso a servicios clínicos y de apoyo para las personas con diagnóstico de VIH y sida.
La autora es periodista colaboradora de Puerto Rico Saludable.

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