Que una mujer sea víctima de violencia de género es, en sí, una enorme tragedia. Si esa mujer es también inmigrante de estatus irregular, pobre, negra, con poca educación, explotada laboralmente, sin redes de apoyo familiares ni institucionales y que, además, había sido victimizada en su país de origen, se trata ya de una desgracia de proporciones inimaginables.