

Caminaba en meditación por una vereda pedregosa en el Jardín Botánico de Río Piedras, cuando me llamó la atención una pequeña charca en el lado sureste del Jardín Monet. El agua estaba muy quieta y transparente; apenas podía distinguirla de todo lo demás. La luz reflejaba sobre ella los bambúes inclinados, algunos árboles... el cielo. Miré el fondo de la charca y vi algunas hojas que se movían rápidamente por la acción de las tortugas. Noté que me daba trabajo ver el agua en sí porque, pese a todo lo que había en ella, seguía siendo diáfana. Ninguno de los elementos reflejados, debajo o flotando sobre el agua eran el agua; pero yo no veía el agua, sino todo lo que se reflejaba o estaba dentro de ella.
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