


Hace casi cinco años perdí a mi queridísima prima, Milagros Romero. Su nombre todavía me pesa en el pecho cuando lo pronuncio. Milagros no era solo familia: era también una fuerza en la Junta de Directores del Hospital Auxilio Mutuo; una mujer que siempre estaba al frente cuando había que tender la mano, resolver un problema o acompañar a alguien en un momento difícil. Y, sin embargo, murió inesperadamente de dengue, apenas unas horas antes de que la dieran de alta. Esa ironía cruel, la cercanía del alivio y la inminencia de la tragedia, es algo que todavía me cuesta procesar.

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